Salvador García Soto
El presidente ha dado una orden inconstitucional al Ejército, la Guardia Nacional y la Marina, para que controlen de manera exclusiva el reparto de ayuda humanitaria
Enojado y molesto porque a su gobierno lo rebasó la dimensión de la tragedia en Acapulco y la costa de Guerrero, en donde además fallaron todos los protocolos de alertamiento a la población de los sistemas de Protección Civil municipal, estatal y federal, el presidente López Obrador ha dado una orden inconstitucional y autoritaria al Ejército, la Guardia Nacional y la Marina, para que controlen de manera exclusiva el reparto de ayuda humanitaria a los guerrerenses afectados por el huracán “Otis” y para que detengan, inspeccionen y requisen todo tipo de víveres y apoyos a los ciudadanos que están tratando de llevar apoyos a los acapulqueños en sus automóviles y camionetas.
No conforme con culpar a los medios y a sus dueños de estar “exagerando” la dimensión de la tragedia y cuestionar la cobertura periódistica y mediática del megadesastre de Acapulco, ahora López Obrador en la senilidad de su poder y el autoritarismo que lo ha caracterizado, pretende meterse con un derecho y una tradición de los mexicanos que es la solidaridad con los compatriotas que sufren de algún desastre o tragedia. Miles de ciudadanos de toda la República se han organizado, como siempre lo hacen ante este tipo de desastres, para mandar ayuda víveres, agua, ropa y medicamentos, y están dirigiéndose en sus autos particulares hasta las costas de Guerrero para llevar el apoyo que es urgente y necesario para los que pidieron todo por el golpe de Otis.
Pero lejos de facilitarle a los mexicanos el tránsito y la entrega directa de esa ayuda, el presidente ordenó a la Guardia Nacional y al Ejército instalar retenes en las carreteras y autopistas que llevan a Guerrero, para que detengan ahí cualquier tipo de transporte, particular o de carga, que pretende llevar apoyo humanitario a la zona de desastre. Los testimonios empiezan a abundar en las redes sociales: las camionetas, autos o transporte de carga son obligados a detenerse, bajan a los conductores y acompañantes, revisan las despensas y ayuda que llevan y les dicen que “vas a tener que dejarnos todo, sólo las Fuerzas Armadas y el gobierno federal pueden repartir la ayuda a los damnificados”.
Así, los ciudadanos y también algunos conductores de empresas privadas que han mandado ayuda, están siendo obligados a entregarle a los militares los víveres, agua y demás productos que con mucho esfuerzo recolectaron, que aportaron otros ciudadanos o empresarios con la única idea de ayudar en la tragedia, y se les dice que serán las instituciones militares las encargadas de ir a entregar personalmente esos apoyos a quienes los necesitan. De entrada, los soldados y guardias están coartando la libertad de tránsito consagrada en la Constitución al impedir que pasen las personas o particulares que pretenden llevar personalmente la ayuda que noblemente y sin ningún interés personal o político quieren repartir.
Pero lo más grave aún, es que López Obrador, con esa orden al Ejército y la Guardia Nacional, para monopolizar y centralizar toda la ayuda que fluya hacia Acapulco y demás municipios afectados, se está metiendo con algo que ya es parte de la idiosincracia de los mexicanos contemporáneos y que, a partir de los sismos de 1985 en la Ciudad de México y otros estados, se convirtió en una costumbre y una solidaridad natural que lleva a los mexicanos a empatizar y tratar de ayudar con los connacionales que sufren algún tipo de desastre natural o humano.
Ayer me llegó el audio de un ciudadano de la CDMX, que tiene un departamento en la zona de Pichilingue y que además, como presidente de la Asociación de Cóndominos de ese lugar, organizó una colecta de apoyos, despensas, y medicamentos para llevar hasta ese lugar, con la idea de apoyar a los trabajadores y empleados de esos condominios. Junto con sus dos hijos y empleados suyos, juntaron tres camionetas que cargaron con todo lo que la gente apoyó y se dispusieron a llevarla directa y personalmente a esa parte de Acapulco para entregarsela a los trabajadores. A continuación reproduzco textual el audio que esa persona compartió a través de servicios de mensajería a su familia y amigos:
“Hola buenas noches a todos. Soy Omar Flores del 401. Quiero comentarles que es la tarde más horrible, desde hace muchos años que no vivía. Les quiero platicar lo que me pasó: íbamos tres camionetas, mis cuatro hijos y dos muchachos que me ayudan en el Hospital. Llevábamos tres camionetas, pasamos todo iba muy bien, Chilpancingo lo pasamos y ahí en una recta muy grande que se llama Valle Industrial, ahí un retén de militares y de Guardia Nacional. A todos los carros los estaban parando, carros, camionetas, todo, sólo dejaban pasar ambulancias militares. Para no hacerles el cuento muy largo me hacen la parada, yo iba en la camioneta de adelante: ‘¿A dónde se dirige?’, le dije mire yo soy el presidente de Pichilingue, y voy a dar víveres a la gente de Pichilingue, y quiero ver mi propiedad y las propiedades de todos mis vecinos”.
“’A ver bájese por favor’. Le dije sí como no. Me bajé y me abren la puerta, me dice ábrame la camioneta, a mis hijos ya los estaban bajando como están más chavos. Las tres camionetas nos orillaron, todo ese andén que son kilómetros y kilómetros, parados, había como 7 u 8 camiones de militares, camionetas de Guardia Nacional. Le dije, no yo voy a llevar todo. ‘Ningún vívere se lleva si no es la Guardia Nacional’, me dijo. Le dije: ‘No, mi amigo, yo voy a llevar los víveres porque yo traigo esa encomienda, de todos los condóminos de Pichilingue, soy el presidente, quiero ver como están las propiedades y apoyar a la gente que nos cuida, que nos hace favor de cuidar, que se quedó ahí en las casas’. Para no hacerles el cuento largo, me dice el militar: ‘Qué no entiendes que no, mi cabrón’, perdón las palabras que uso. Le dije ‘yo no le estoy hablando con groserías oficial, me mete un culatazo en la boca, sin más ni más, traigo mi boca toda hinchada, me ponen las esposas, esposan a uno de los muchachos que iba conmigo, esposan a mis hijos, a uno de mis hijos ya lo tenían tirado, esposados con grilletes nos tiraron al piso y a vaciar las camionetas”.
Y continúa su relato: “Llega una camioneta con tres señoras, me di cuenta que eran tres señoras porque empiezan a gritar. Y estos cuates tirándolas al piso y a vaciar las camionetas y a llenar los camiones de ellos. Les estoy hablando que mis tres camionetas y nosotros, que éramos 7, todos en el piso, vaciando las camionetas. A uno de los muchachos que iba conmigo, llevaba una faja, y le dicen: ‘Tú traes pistola, güey’, cortan cartucho, se lo ponen en la cabeza, le bajan los pantalones y le ven que es una faja, y de una manera, híjole no les puede decir cómo se siente uno en la impotencia, celulares, relojes, las cadenas, y le dicen a uno de mis hijos: ‘A ver, pinche junior’, y rájale le rompen el medallón a la camioneta, me dicen ‘¿Qué más llevas?’, me rompieron los faros de las tres camionetas, los vidrios, y me dicen: ‘Ahora a chingar a su madre, dénse la vuelta y adiós’.
“A un señor ya grande con alguien que creo era su yerno, lo bajaron de un carro. ‘Yo voy a ver mi casa’, les decía. ‘Usted no puede pasar, no pasa nadie ahorita a Acapulco’. Lo bajan al señor grande y dicen: ‘Llévate ese carro para atrás, a ver quién les da un aventón a esos dos pendejos’. Se quedaron su carrito, un Mercedes Benz CLK, el convertible chiquito. Yo estuve ahí como dos horas, uno de mis hijos traía unos tenis y le dicen, ‘a ver, quítate los tenis’, se los quitaron, lo dejaron en calcetines. Y yo le dije al militar: ‘Oye ya, ya tienes todo, ya me asaltaste’, nunca le hubiera dicho la palabra ‘me asaltaste’, me dio un patadón, que me duele todo el costado, a unos de mis hijos le dieron una cachetada. Y dicen: ‘¿Qué más traes?’. Me sacan la llanta de refacción de la camioneta. Y yo le dije: ‘Oye espérame, nosotros no estamos haciendo daño, tú eres el Ejército, eres quien nos debe de proteger, nosotros sólo vamos a ayudar’. Y me contestó: ‘Aquí ayuda el gobierno, nosotros tenemos orden federal’”.
La narración de ese ciudadano sigue y confirma que, en medio del desastre y la crisis humanitaria que hoy vive Acapulco y la costa de Guerrero, el presidente López Obrador se ha equivocado y está violando no sólo derechos constitucionales de los mexicanos, sino que ha decretado un virtual estado de excepción, en el que les dio a los militares la facultad de suspender los derechos y garantías de los ciudadanos, y de actuar, literalmente, como si viviéramos en una dictadura, donde sólo el presidente y su estructura política y clientelar del bienestar, además de las empoderadas Fuerzas Armadas pueden llevar ayuda la zona de desastre.
O el presidente enloqueció en el último tramo de su gobierno o se está comportando de una forma totalmente inconstitucional al impedir que los ciudadanos puedan ayudar libre y personalmente en la tragedia de Acapulco, con la única idea de monopolizar el reparto de apoyos, tal y como lo hizo con la pandemia de Covid en donde sólo él y su gobierno, también apoyados con el Ejército, podían vacunar a los mexicanos. En los hechos, por su egocentrismo, molestia y el saber que se equivocó en la prevención y alertamiento de este desastre, López Obrador ha perdido la cordura y está actuando peligrosamente en contra de los ciudadanos, de sus derechos y de su buena intención de ayudar a los hermanos guerrerenses en desgracia. ¿O de plano ya entramos en estado de excepción en esa parte de la República y un Ejército ciego en su lealtad (por tanto dinero y poder que les ha dado) se está poniendo en contra del pueblo y de los ciudadanos que deben defender?
Serpiente Doble manda el tiro de los dados. La República peligra.